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Siempre me ha sorprendido lo nítido y sencillo del yin y el yang. La complejidad que supone el estudio del electromagnetismo, el haber llegado a comprender una mínima parte de él y con qué facilidad casi infantil se traduce el fenómeno a través de esta dualidad milenaria expuesta en el antiquísimo “Libro de las Mutaciones”.
Yin y Yang, fuerzas complementarias y a la vez opuestas, los polos: negativo y positivo. Las cargas que representan además lo femenino y lo masculino. El + femenino y – masculino que caracterizan tanto a la molécula como a toda unidad y la compensación eléctrica. El + y el – del espacio y de los espacios.
Espacios, cuerpos, universo… Todo; dos fuerzas que representan la interacción constante. De ahí los opuestos, no puede existir un acto, una cosa, un concepto por separado, requiere el opuesto para ser, para funcionar y ser comprendido. Lo binario, un cuerpo que necesita un espectro para compensar. La materia y su antónimo.
Esta interdependencia la representaron con una cimiente negra en la parte blanca y viceversa: el símbolo de la Gran Polaridad. El blanco y el negro con connotaciones científicas impresionantes.